lunes, 20 de noviembre de 2017

¿EXISTE EN CADA HOMBRE UN MAESTRO INTERIOR?

Se plantea a través de las tradiciones espirituales verdaderas –aquellas vías, conocimientos y prácticas de larga edad cuyo fin es conducir al hombre a la liberación del sufrimiento-, que el hombre resuena en infinitos acordes de presencia gloriosa, conquistando mundos, estados y visiones divinas, por obra de una emanación primaria. El hombre se abre a la existencia por el capricho divino de saborear diversos frutos en un infinito mercado existencial de seres, formas y estados de conciencia.

Como mercaderes de la Existencia Plena, ofrecemos al Creador, los frutos de nuestros devenires en el tiempo y en el espacio. Todos tendrán sus propias cualidades: unos apetecibles y atractivos, otros, no tan sugestivos, para despertar la compasiva atención Divina. ¿De qué dependerá el que unos sean polos atrayentes de su Santa Presencia y que ante algunos, pase de largo y no se entretenga para saborear sus esencias? Los primeros serán degustados con regocijo espiritual, en tanto que los segundos, estarán destinados a atraer a las predadores, tan pronto las sustancias fermentadoras, los conviertan en objetos putrefactos y mal olientes. El fruto exquisito se obtiene de una siembra realizada con un buen saber y ésta depende de un experto, el cual escoge las mejores semillas, aconseja el sitio adecuado para sembrar y anota la mejor estación para hacerlo. De igual modo, enseña el momento más adecuado para eliminar la maleza, anota el tipo de nutrientes a utilizar así como los días aptos para fortalecer el crecimiento y permitir que los arbustos sean robustos y resistentes al viento y a la lluvia.

El experto labrador ha llegado a serlo por gracia de muchos plantíos, realizados todos ellos a lo largo de varios años. Las mejores siembras, son el resultado de las experiencias de muchos cultivadores, dando cada cual, a sus contemporáneos las fórmulas secretas, los pasos más idóneos; todo lo necesario que permitirá obtener los frutos más resistentes, más jugosos y mayormente apetecibles. El sembrador experto, en el caso de la siembra divina es el Maestro, el Gurú, aquel que ofrece sus secretos y que lo hace sólo cuando se alcanza una cercanía con él, en el momento en que permanentemente se vive bajo su presencia, y cobijado con su fuerza. El labrador padre pasa al hijo su secreto, el hijo ya sembrador, lo hace a toda su descendencia, creando una cadena versada en su propia técnica y que no se interrumpirá en el tiempo. Lo mismo sucede cuando se ingresa en la cadena de un linaje espiritual, con miras a ofrecer los frutos obtenidos mediante el crecimiento personal. El inexperto buscador se hace hijo de un Gurú; es decir, se convierte en su discípulo, el cual, en manos de él, quedará matriculado en las Escuelas que conducen a los hombres a convertirse en los mejores seres humanos, los más santos y los más virtuosos. El neófito, ya en la Maestría, por causa de su experiencia y persistencia, acoge a otro inexperto y le suelta sus secretos haciendo posible el traspaso de su saber de edad en edad.

Todo pintor nace con un talento y éste únicamente es reconocido cuando lo refina mediante el aprendizaje con un Maestro consumado y experto en el manejo de sombras y luces. Difícilmente accederá a la élite de los artistas, si no va recomendado por un experto, por un famoso, por un erudito. Con el aprendizaje, tanto el pintor como el sembrador, se educan en técnicas especiales, en varios procesos que les permitirán realizar su labor más fácilmente, en el menor tiempo y con los mejores resultados. El aprendiz está con su Maestro por un largo periodo y en este tiempo obedece sus directrices, se acoge a sus correcciones y acepta de buen modo, las sugerencias de cómo pulir su propio estilo. Dormita en el educando una fuerza individual que lo llevará a dos cosas: hacerse el mejor pintor, en el estilo que propone su Maestro o salirse de esta vertiente principal para crear una nueva. Ese contacto que hace con su propia impronta, bien sea mejorando el estilo enseñado y propuesto por su mentor o abriendo una nueva forma de utilizar los colores y las sombras, le permite manifestar al mundo su estilo individual, ofrecerla a otros y tal vez llevarle a la Maestría para educar a otros posibles artistas. Extrapolando esto al artista de Dios, el hombre se hace divino por gracia de un Gurú y luego de esto, despliega el poder interno con el que fue bañado cuando fue creado.

El buscador espiritual debe hacerse experto en muchos asuntos: virtud, auto observación, meditación, concentración, discernimiento, desapego, contemplación, adoración y práctica espiritual, entre otros. Todo eso debe ser enseñado por un experto, por aquel que, a través de la Maestría, ha alcanzado la meta final, la iluminación, la liberación del sufrimiento, la realización del Ser y conforma la élite de los liberados, de la Jerarquía Oculta que ha ofrecido al Creador los frutos más delicados, exquisitos y casi perfectos de su creación humana. El Creador acoge con beneplácito aquel que ha ascendido a la Maestría ya que ha superado a la mediocridad de su ego y está dando testimonio de los mejores regalos que Dios ha ofrecido al hombre y es haberse hecho humano, posición altamente codiciada por Angeles y otra criaturas.   

¿En qué se educa el buscador y a quien educa? No educa a la Realidad Ultima, a la Santa presencia que dormita en su seno, pues ella es perfecta por naturaleza, pero duermen un largo sueño por causa del Alma identificada con su existencia. El buscador pule a la consciencia personal llamada ego. El ego es una sombra, una ilusión creada cuando la impronta individual llamado Alma, se identificó con los existentes divinos, a través de los cuales fue puesta a peregrinar en el mundo manifestado. Es decir, el Alma se siente un cuerpo y se apega a él, creyendo que esa es su única verdad; también simpatiza con sus emociones y se ve triste, alegre; fluctuante entre varios sentimientos. De igual modo, el Alma ama sus pensamientos, sus sistemas de creencias y empodera a su mente como la máxima autoridad en asuntos de conocimiento. Por causa del ego, el Alma se identifica con el cuerpo, con sus sensaciones, con sus gustos, con sus hábitos y, difícilmente, sale de ellos. Muere y en los niveles supra conscientes, también busca satisfacer aquello que comía, bebía o gustaba cuando estaba envuelto en la materia física.

La persistencia de la mente humana en los mismos pensamientos convierte al hombre en un ser rutinario, predecible, psicorrigido, siguiendo siempre un curso de acción, repitiendo a diario sus propias tendencias y sosteniendo un gran sentido de personalidad egoica. Palabras como “yo”, “mí” se convierten en su lenguaje diario habitual, en su característica personal: “Yo amo, yo soy, yo pienso, yo tengo”; frases que al ser repetidas una y mil veces, le hacen pensar que es el más experto, el mejor y el más independiente. Debido al ego, el común de los mortales no calla nunca, porque lo que dice los demás, él ya lo sabe y mejor. De igual modo, no se asombra nunca, ni estando en frente de la belleza de la creación, ni ante la sabiduría exhibida por los verdaderos amantes de Dios. En el baúl mental o emocional del hombre común, todo está bajo control, todo está bien atesorado; esa es una mentira que se siente verdadera, se sostiene y, difícilmente, se olvida. El ego le hace pensar siempre en términos de ganancia personal y todo se mueve en torno a él, para obtener por medio del mundo, su seguridad.

Bajo el influjo del ego, solo se educa el hombre para una ganancia propia, buscando tal vez el reconocimiento personal, el aplauso del mundo, el anhelo de enriquecimiento, el deseo de fama y poder, y el afán de saber más que otros. A duras penas relaja su fuerte egoísmo, baja su cabeza y se acoge a la guía de sus maestros escolares y universitarios, porque educarse y aprender, le han representado una gran inversión de dinero, mucho tiempo de dedicación y poco descanso. Los que desean aquietarse y emprender el camino de retorno a su Fuente, es decir, alcanzar un estatus más elevado que el común de los mortales, y luego matricularse en los postgrados conducentes a entrar en el discipulado y la Maestría, deben emprender también un sistema de educación y matricularse con alguien que le indique el camino, que le otorgue el título de Amante de Dios. No puede hacerlo solo, porque dentro de él, en la condición normal en la que se encuentra, no tiene un Maestro Interior que le diga cómo hacerlo y además nunca lo tendrá, porque no existe, esa es una idea absurda pregonada por los falsos maestros, especialmente en Occidente. El que cacarea a grandes voces que él es su propio Maestro, vive en un engañado mayor, que aquel que vive una existencia normal.

Pero, cosa curiosa, en los primeros cursos de aprendizaje espiritual, el ego es fuerte y la obediencia es poca. Si se vive en occidente, lugar en el que se ha perdido el respeto por la tradición, por la experiencia, por los seres que están capacitados y dispuestos a dar su mano al inexperto peregrino que desea ingresar en la Maestría Espiritual, el asunto se complica en demasía y se puede caer en un abismo tenebroso aún pero que la misma vida cotidiana. En este lugar del planeta no solo se sufre de desobediencia sino de ingenuidad. La gran mayoría, pretenden entrar en la carrera espiritual, por sus propios medios y algunos son visitantes asiduos de ofertas, sobretodo virtuales, que le ofrecen este cielo y la otra vida. Se convierten en caminantes con una “espiritualidad light” y toman técnicas de acá, de allá; un poco de cada una de ellas y emprenden una serie de rutinas espirituales sin una guía real; sueñan con hacerse “esoteristas” haciendo muy pocos sacrificios. Por lo común son atraídos por los pseudo maestros o sea personas con gran carisma y liderazgo, que entraron en contacto con un Maestro Real, pero renunciaron a su enseñanzas, se separaron de él y desarrollaron su propio método de aprendizaje y enseñanza sin haber alcanzado elevados estados de consciencia, sin estar cercanos a las altas estaciones espirituales. De tal suerte que el deseoso espiritualista, al igual que su supuesto Guía, se quedan a mitad de camino puesto que: ¿Quién los evalúa? ¿Quién los califica mostrando en realidad sus aprendizajes y ascensos? Las escuelas de estos pseudo esoteristas, porque así suelen llamarse, son como se dice en el argot popular colombiano “universidades de garaje” y funcionan sin licencia ni estándares de calidad; es decir, sus conocimientos no superan los saberes humanos ordinarios y sus técnicas o enseñanzas no están calificadas por el Centro Superior de Enseñanza que es la Jerarquía Oculta. El ingenuo queda entonces a merced del ambicioso. No solo bajo el control de hombres que codician dinero, sino también de los que roban energía sexual, de los que gustan sentirse rodeados de sus amantes seguidores o de los que reciben el aplauso de gentes que se maravillan a veces de algunos pequeños poderes alcanzados, que no son más que prestidigitaciones realizadas por un experto en esos asuntos.

El desobediente tiene un fuerte núcleo egoico y difícilmente acepta que para la iluminación no puede seguir vestido con los asuntos e intereses del ego. El proceso de la liberación es lento y seguro, cuando el buscador se matricula en una verdadera escuela de misterios, que es lo mismo que decir, en una Tradición Espiritual, en una Cadena de Oro. El proceso de la iluminación se complica, se alarga, se retrasa, en el momento en el que el buscador, desconoce o no acepta la guía real de un experto, de otro que ya ha recorrido el camino. Estando bajo la tutela de un Maestro, el neófito en asuntos espirituales es llevado por sendas seguras y sin peligros. La primera enseñanza que recibe se refiere a que recuerde, ya que ha olvidado el verdadero lugar de donde partió y se le enfatiza que su real objetivo es rescatar su condición divina, siguiendo el sendero trazado por las Escrituras Sagradas o sea por el Sanatha Darma. No puede despertar sólo, porque debe superar, sobretodo el orgullo intelectual y la errónea creencia de que él, es independiente y auto suficiente. Se le muestra que su vida es una ilusión y para salir de esa mentira vital, debe conocer muy bien a quien la creo y la sostiene; en pocas palabras, debe aprender a mirar con profundidad a su ego. No se trata de potenciarlo, sino de volverse un experto para controlarlo y utilizarlo como una herramienta al servicio del Alma, de su núcleo divino individual. Y para ello hay que bajarle su intensidad, observándolo diariamente mediante técnicas dadas por alguien que ya logró el control de sus fuerzas egocéntricas. 

Surge una interesante inquietud: ¿Desde dónde se observa? Desde el ego mismo y veamos porqué. El ego es una máquina que funciona con diferentes partes y cada una de ellas cumple su función de manera perfecta. Las partes del ego se conocen como roles y cada una de ellas utiliza toda una serie de posturas personales que alimentan su existencia y sostienen su lugar en el engranaje psicológico del hombre. La energía emocional es la fuente de donde se da vida y existencia al ego. Desde la infancia se construye al ego y todo comienza con un sentido de supervivencia y protección, que se despierta debido al medio ambiente circundante. Se aprende, por ejemplo, a ser fuerte en hábitats agresivos y se crea un personaje ficticio que se etiqueta como el valiente. Se da origen a un papel ambicioso cuando se vive en familias exigentes y sociedades muy competitivas. Un personaje manipulador surge cuando se crece en un hogar misterioso y poco sincero. Y así, sucesivamente, se forman, a lo largo de la existencia, todos esos anexos que complementan los programas del ego, siendo éstos no más que envoltorios ficticios cuya función es crear barreras protectoras para aguantar la estampida de un medio externo circundante muy agresivo. El ego es la plataforma sobre la que se asientan los diferentes programas que le permiten prolongarse a lo largo de toda la vida. El ego es el hardware, el soporte de todo el sistema informativo y los roles o papeles son el software a sea las diferentes aplicaciones que lo hacen funcionar y que se van anexando en la medida en que las circunstancias o necesidades lo ameritan. A mayor edad más aplicaciones se han establecido; a mayor necesidad más engalanamiento con diferentes roles. ¿Y cómo se limpia todo esto?

El trasfondo del asunto es que el aspirante espiritual averigüe los diferentes papeles que conforman su ego, y para ello, el experto, el Maestro, el Guía Real, le va dando las clases y las claves para que eso sea posible. Le enseña a construir otro programa, que para el caso espiritual, es llamado el “Yo Observante”. Así que, no es el mismo ego el que observa, porque de ser así, se cae nuevamente en el círculo vicioso de justificación, condenación, culpa, miedo, ira, celos y demás. El “Yo Observante” es como un detective entrenado y para hacerse a este título no basta con solo leer un libro, seguir una información encontrada en la red ni mucho menos acatar algo sugerido por un amigo. La creación del Yo Observante, requiere un aprendizaje con un experto, el mismo camino seguido por un buen sembrador o un reconocido pintor. 

En este proceso del despertar, del darse cuenta de que se vive en un mundo irreal, no se habla de la existencia de un Maestro Interior, no es así. En el trabajo de la auto observación, por ejemplo, simplemente, se sigue la misma vía de acción de cómo fue construido el ego y se toma energía emocional para dar vida al detective, a aquel que va a dirigir su mirada a la condición interna, para tomar los apuntes, para guardar las imágenes, para grabar las palabras y todas las emociones o sentimientos que acompañan la puesta en marcha de los diferentes programas del ego. La ventaja de ser guiado por un Maestro exterior, es que él, mediante los reportes recibidos -tal como un universitario presenta sus exámenes- va aplaudiendo los aciertos, va mostrando los avances y va advirtiendo de los retrocesos o de los peligros. Estos últimos son de una gran importancia con el fin de evitar que el “Yo Observante” entre en la trama del ego, lo alimente, lo consolide y cambie el rumbo de la tarea. El Maestro Guía enseña a su neófito la manera más correcta para permitirle al Yo Observante que permanezca aislado y vaya fortaleciéndose en mecanismos de protección, no sólo que lo dejen separado de la culpa, la auto justificación, la ira, la vergüenza, el miedo, la tristeza y la sensación de ser una pobre víctima a merced del mundo sino que le vayan dando poder y asuma, finalmente, la existencia mental; es decir que reemplace a los pensamientos y solo él viva en la existencia mental, limpiando la mente de todo otro pensamiento egoico. El Yo Observante será el último programa añadido con paciencia y persistencia, siendo el que finalmente dejara nuestra mente libre de todos los anexos.

Alguien que decida emprender el proceso de auto observación solo, contaría con las mismas estructuras del ego, con sus mismas mañas y caería en un pozo profundo de orgullo intelectual. Diría en sus observaciones: “Yo observé”, “Yo vi”; es decir, la misma jerga utilizada por el ego y ahí no se estaría haciendo nada diferente a lo acostumbrado. Y, ¿A quién le daría su reporte?, ¿A quién le entregaría sus observaciones? ¿Quién lo calificaría, si aún dormita en él, la fuerza de la divinidad? Engaños y más ilusión serían su regalo. En la Vedanta Advaita se enseña que la observación implica un proceso de percepción intuitiva y que eso solo puede hacerse desarrollando un tipo de apreciación diferente a la de los sentidos. Los sentidos son los mejores instrumentos del ego, pero ya sabemos que limitan en demasía la observación y conducen a emitir conclusiones muy parciales de todo lo que se percibe, tanto del mundo interior como del mundo exterior. La percepción en la que no median los sentidos, solo se alcanza mediante la meditación y tener éxito en ella implica una regularidad de mínimo 10 años, en dos secciones, una en la mañana y otra en la noche, y que éstas tarden más de media hora. En el caso del “Yo Observante” construido bajo la supervisión de un Maestro Espiritual, el trabajo se acorta y el éxito dependerá de la regularidad, la constancia y la disposición del aprendiz.

De acuerdo con todo lo anterior, el Maestro Interior no es una fuerza que dormita en cada hombre. Lo que se oculta en él y que permanece en este estado latente, en tanto no se despierte del sueño de irrealidad, es el Ser Interior. El Maestro Interior es otro concepto que vale la pena escudriñar bajo otra perspectiva. En el sendero del discipulado existen dos clases de contactos: uno horizontal y otro vertical. El horizontal se refiere al encuentro con un Maestro vivo que forma parte de un linaje, de una tradición espiritual. La tradición espiritual es una cadena ininterrumpida de iluminados que alcanzaron este estado, haciéndose discípulos de un Gurú y luego lograron la Maestría, es decir una condición que les capacitó para enseñar y tener luego sus propios discípulos. Es una cadena conformada por lo tanto de Maestro-Discípulo que se remonta a tiempos muy antiguos. Existen muchas tradiciones y ellas se encuentran en todas las religiones verdaderas, representando el sendero oculto, el camino seguido por los que desean liberarse en un tiempo menor que el utilizado por el común de los hombres. El acercamiento vertical es con un Maestro no vivo, que no hace presencia en este mundo material y se contacta con él desde los planos internos, hablándose acá entonces de un Maestro Interno. No porque el discípulo contacte consigo mismo y crea que lo ha hecho con esa presencia majestuosa y erudita que cree que es su educador, sino en el sentido en que contacta con su Guía, mediante un sistema no basado en los sentidos, sino a través de la percepción de planos que superan la percepción común. 

En conclusión, el Maestro le dice a su aprendiz, que utilice algunas buenas cualidades del ego para lograr un buen resultado, un fruto que evidencie un cambio real en su vida. De igual modo, le explica el terreno sobre el cual debe comenzar a observarse, para que no se pierda en la compleja estructura de su ego, tal como lo hace el sembrador con el lugar más adecuado. Igualmente, le habla de cómo ganar energía para que no claudique en el proceso. Así, poco a poco, y con los nutrientes aportados por el amor del Maestro, el neófito, desarrolla una postura detectivesca que va puliéndose a lo largo del proceso y la cual le va capacitando para eliminar las malezas que van creciendo en su espacio personal y que obstaculizan la buena observación. Finalmente, el Yo Observante, se va separando del engranaje del ego, va identificado todos los roles y sus miles de máscaras y va permitiendo que aflore el Ser Real, el fruto apetecible y libre de alimañas. Llegado un momento especial, cuando ya la estructura se conoce a cabalidad, cuando el neófito se hace consciente de que ella tan solo ha traído complicaciones o sufrimientos y la ve lejana al Yo Observante, el Maestro da la estocada final y destruye el ego de su educando. El ego no muere por la fuerza del neófito, sino por la gracia del Maestro, quien se asegura que mediante su poder, la ilusión nunca más será reanimada en su discípulo. Entonces, sin ego, el discípulo, ofrece al mundo su fruto más preciado: Su Ser Real, su Alma impoluta que ya más nunca se identificará con lo creado. Y ese aspirante será mirado con beneplácito por el Creador y entrará a formar parte de sus amigos más cercanos o Awliyas como se llaman en la terminología sufí. 






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