jueves, 6 de septiembre de 2012


LA FELICIDAD QUE ELUDIMOS


No hay conversación humana en donde los interlocutores no se refieren a su pasado. En bancos, hogares, trabajos, calles o consultorios, las personas relatan muy detalladamente sus experiencias pasadas, llevando al presente toda una carga de dolor, quejas, reclamos, alegrías o frustraciones. Generalmente, el que relata sus vivencias lo hace con un apasionamiento increíble y hasta revive muy menudamente las palabras expresadas, los gestos manifestados, las ofensas y los regaños, si los hubo, el dolor sentido y la ira desatada. Es más, con frecuencia el narrador se ríe ante su genialidad para justificar sus posturas emocionales que le permitieron defender su honor e integridad. Por lo común, el que escucha, se pone de su parte y aplaude todo lo que dijo o hizo, dándole el beneplácito a su agresividad, altanería o irrespeto.

Pero, indiscutiblemente algunas personas son más apegadas a su pasado que otras. No falta en las familias algunos que narran la misma historia de dolor y guerra, cuantas veces salga a relucir el tema, se nombre a la persona que la origino o la mente haga un clip con un sentimiento o con cualquier parecido con hechos de su pasado. A veces la gente evita los encuentros con los “apegados a su pasado”, porque sabe que irremediablemente, tendrá que soportar nuevamente los relatos que ya se conoce de antemano con pelos y señales. Otro grupo de personas, por el contrario, se centra muy específicamente en sus experiencias pasadas de placer y en sus momentos más gratos y bellos. Y aún cuando narren la felicidad experimentada y emerja de su interior una bella gratitud por una infancia feliz o una adolescencia sin grandes problemas u obstáculos, de todas manera está mostrando también un apego por su pasado.

Es muy preocupante ver este tipo de comportamiento y más aún, si la mayoría de las personas caen en su peligroso y polarizante juego. Debe haber algo patológico en este tipo de postura personal y no se le ha dado la importancia suficiente, pues daña las relaciones, rompe con la alegría del presente, genera enfermedad, crea imágenes irreales de la gente y produce estancamiento. ¿Qué fascinación oculta el pasado para que continuamente lo estemos reviviendo?  ¿Qué efectos tiene sobre el presente el recordar hechos dolorosos o placenteros del pasado? ¿Cómo afecta nuestras relaciones con otras personas y con Dios? ¿Es un mal necesario o por el contrario una tendencia a eliminar?

Recordar constantemente el pasado se ha convertido en un comportamiento compulsivo y automático. La neuro-psicología, nos advierte que ese comportamiento tiene que ver con el cerebro y la memoria. En nuestro cerebro hay dos tipos de memoria: una emocional que se encuentra en una estructura llamada amígdala y otra mental localizada en el tálamo.  Los seres humanos tenemos muy poco control sobre la memoria emocional, pues en la mayoría de las personas el cerebro se encuentra en automático y ante cualquier estímulo bien sensorial, táctil, olfativo, auditivo y visual el cerebro abre los archivos que lo conectan con experiencias sensoriales similares. En la memoria de todos nosotros, están almacenados los recuerdos del pasado con todos sus detalles y con las emociones tal como ocurrieron en el momento en que se construyeron esos recuerdos. Por eso es que podemos recrear los eventos terribles o traumáticos tan fielmente a cómo los grabados. Nuestro cerebro siempre está analizando y buscando archivos de referencia, pues una de sus funciones es proteger la vida y su continuidad. Y el asunto se torna muy peligroso, cuando quedamos a expensas de los archivos de la memoria emocional que se abren sin control. Si no hay un freno y ciertos archivos se dejan abiertos, el cerebro recupera todos aquellos que se relaciona con esos recuerdos y nuevamente quedamos bajo el hechizo de nuestras emociones pasadas. Cuanta más tristeza experimentemos en el presente, el cerebro trabaja buscando todos los recuerdos traumáticos, melancólicos y pesimistas y nuestra vida se torna muy opaca, lúgubre y sombría. Lo mismo acontece cuando nos enfocamos en la alegría y felicidad. Cuanto más tiempo esté abierto un archivo, más componentes emocionales saldrán a nuestra superficie y nuevamente llegaremos a sentirnos quebrados, doblegados, dolidos, atacados y coléricos.

Si se trata de no dejarnos arrastrar por los recuerdos, entonces podemos pensar que el control del mecanismo a voluntad es suficiente para acabar con este tipo de comportamiento. Se aconseja sustituir el recuerdo por otro menos doloroso o traumático y eso es bueno, pero debemos ir más allá. Otro truco que se aconseja mucho es cambiarle el nombre a la etiqueta de un recuerdo, especialmente de aquellos relacionados con personas que nos ofendieron y que cada vez que la recordamos nos producen malestar e intranquilidad. Pero debemos ver primero los rótulos con los que identificamos a las personas: Andrea la fea, Guillermo el amargado, Pedro el quisquilloso y así muchos más. Si nuevamente por asociación o por estimulo sensorial se abre uno de esos archivos, entonces con la mente podemos etiquetar diferente a esas personas buscándoles una cualidad o relacionándolas con algo que nos parece placentero. Guillermo el amargado, podría pasar tal vez, a convertirse en Guillermo el que come con placer como yo un helado de chocolate. Así le quitamos connotaciones de apelativos pedantes o agresivos que dimos en momentos de ira y descontrol. Procuremos entonces llamar a nuestros archivos con nombres más respetuosos o jocosos. Así ya más nunca trataremos a los demás de ególatras, groseros, lujurioso o como los habías llamado. El cerebro hará cualquier cosa que le pidamos: nos condenará a seguir siendo reactivos o nos permitirá ser felices, optimistas y amorosos. Todos esos movimientos tratan de evitar que el cerebro siga en automático pues estaremos imponiéndole nuestra voluntad.

Sin embargo, el asunto es más complejo de lo que parece y no puede limitarse a un simple trabajo con el cerebro. Debemos auscultar más profundamente en nuestro interior o si no, solo estaremos haciendo represión y la memoria emocional seguirá reinando suprema, condicionando nuestra reactividad y sosteniendo el sufrimiento. Ya vimos que una causa que nos lleva a revivir constantemente el pasado es la reactividad, que se pone de manifiesto cuando la memoria emocional sobrepasa a la memoria racional que es aquella que maneja nuestra capacidad reflexiva y nos da la posibilidad de auto observarnos. Una persona muy herida puede ser aquella más apegada a su pasado. Si siendo niño, no recibió apoyo, amor y la protección adecuada de sus padres, posiblemente desarrollo una personalidad pendiente solo de la defensa y protección del entorno. Bajo esta condición todo aquel que osó ofenderlo, maltratarlo o dañarlo en su integridad, le dejará una huella profunda y difícil de borrar. Y también toda experiencia de dolor pasará en engrosar su historial de miedo e inseguridad. Constantemente sí escuchamos a muchas personas que se han peleado con el mundo entero y andan mostrando una faceta defensiva a toda hora. Por eso debemos irnos con cuidado, ser respetuosos y prudentes en la manifestación de palabras o imposiciones que no valen la pena ni siquiera considerar. Quizás por nuestra imprudencia quedemos rotulados como malos y entrometidos en la memoria de este tipo de personas. Si eres tú quien sufre esta dolencia de apego y reactividad continúa, examínate, analízate y reflexiona sobre tus posturas emotivas. O si tenemos familiares o conocidos así, podemos darle una ayudadita extra emitiendo cualidades y talentos de aquellos por los que siempre reniega. Algo se moverá en su interior y captara la inconformidad y la rudeza.

La recurrencia contante al pasado puede esconder una intención de atraer siempre la atención de los demás, cuando existe una baja auto estima y la persona no alcanzó el éxito que esperaba o la admiración por sus logros e inteligencia. En consecuencia se recrea continuamente en su pasado y exhibe frecuentemente su genialidad por haber sabido defenderse en el ataque o por haber doblegado a quien oso atacarlo. Muchos también desean ser tomados en consideración por haber vivido un pasado lleno de dolor y sufrimiento y desean recibir mucha compasión. En otros se ve un ego que se resintió ante el ataque o la ignominia. El ego, siendo éste el que se identifica con deseos egocéntricos, pensamientos separatistas o hábitos disolutos, no soporta imposiciones, críticas, alteraciones a sus planes, ni mucho menos apreciaciones ajenas sobre su comportamiento errado y que a veces salta a simple vista. Si nuestro ego tiene mucha fuerza, entonces toda experiencia traumática y dolorosa o todo supuesto ataque de los demás es una afrenta muy difícil de borrar y puede que se recree constantemente porque simplemente no se asimiló ni se aceptó jamás. Es bueno examinarnos cada vez que un recuerdo de este tipo salte a nuestra memoria y tratar de analizar la situación desde la mente racional para descubrir quién fue el que se sintió tan herido y porqué. Así se irá percibiendo la realidad de los hechos al tiempo que nos iremos liberando de lo estrictamente emotivo, que en resumidas cuentas, es lo que origina el dolor y el apego. Quizás ayude pensar también en la persona que nos hirió y preguntarnos que la motivó a eso y si fue intencional. Sin lugar a dudas, ya de entrada estamos quitándole fuerza al recurso y posiblemente, lleguemos a concluir que no fue tan grave como suponíamos y que el otro no lo planeó de antemano sólo para dañarnos y herirnos.   

Puede que alguien siempre se esté justificando en su situación actual cuando presupone que es así por ataques continuos recibidos del entorno. Postura difícil y peligrosa porque indica un gran vacío espiritual y una incapacidad de aceptar los hechos presentes. Nada debe justificar nuestro comportamiento egoísta y la defensa agresiva que exhibimos contra el mundo. Esa no es nuestra naturaleza espiritual y ese tipo de apego sólo indica adhesión a una personalidad egoísta. Un hecho del pasado pudo impresionar profundamente la memoria y fortalecerse, porque interfirió con algún propósito egoísta o anteriormente idealizado o soñado. Llegó alguien o algo y obstaculizo el empeño, bajo las expectativas o detecto una falencia. Insoportable para el ego que no entiende cómo eso pudo suceder. Si estamos vibrando con esta idea entonces debemos examinar esa situación, no culpar a los demás y agradecer a Dios porque tal vez nos protegió contra algo nefasto e irrealizable. Puede que también hayamos idealizado amistades, empatías y propósitos comunes y una persona en la cual confiábamos para eso, no los compartió, no le interesó y mostró indiferencia. Y esa postura sincera fue tomada como una vil traición o una deslealtad hacia nuestros proyectos personales que nunca se debe perdonar. Debemos buscar solo el apoyo de nuestras fuerzas internas y si no las percibimos pues dediquemos a buscar la manera de manifestarlas. No podemos seguir yendo por el mundo esperando que otros nos abran el camino del éxito o acojan siempre nuestras metas. Sólo de nosotros depende nuestra seguridad y dicha. Y solo nosotros nos condenamos a un pasado turbulento y lleno de angustia y ansiedad. A veces creemos que el camino de la gloria y la felicidad está libre de obstáculos y en consecuencia nos sentimos mal cuando alguien rompe esa creencia y nos precipita hacia la realidad al ofendernos, al hablar de nuestros defectos, al criticar nuestros planes y eso le duele mucho al ego y éste lo guarda como una gran herida en su memoria emocional.

Hemos de comprender que el pasado no se puede alterar, lo único que podemos cambiar es el efecto que ha producido en cada uno de nosotros. Si no lo hacemos, si no rompemos con esa fea costumbre, entonces no podremos disfrutar de los momentos actuales, ni de las oportunidades que nos brinda el presente. Estas bellas palabras de Burhanuddin Herrmann en su libro ”El Camello sobre el tejado” ilustran ideas maravillosos para comprender el mecanismo y el peligro del tema tratado:
El curso de los días te impide apresar el instante presente, el único momento en el que la vida puede ser vivida. Vives con plenitud tu historia personal, las situaciones de tu vida, pero no la vida. Tus pensamientos se dirigen siempre hacia el pasado, sobre todo si es doloroso. Así llenas tu jornada. Sólo cuando dejes de añorar tu pasado, de quejarte, podrás disfrutar de cada instante de la vida. Comprender y aceptar la verdad de este mecanismo es la forma de salir de él. (). Mantener el pasado junto a ti te reconforta porque el presente, el “aquí y ahora”, es un espacio abierto e infinitamente vasto, es un mundo libre, peligroso, que te asusta. Pero ese vasto espacio es tu verdadera naturaleza. ().Tu vida está aquí y ahora. Tu felicidad está aquí y ahora. Tu ego no puede vivir en el presente porque para hacerlo se mueve continuamente al pasado y revive los sufrimientos, que pertenecen al pasado. Libérate del pasado y sal de tu prisión. Sólo el presente está siempre en paz, vive en el amor, en la potencia, en la felicidad. El contacto con la felicidad se establece aquí y ahora, ya que Dios está únicamente en el presente.   

Si el apego al pasado sigue imperando en nuestras vidas nos sentiremos totalmente divididos: unas veces en la personalidad de los años 70´s, otras en la de los 80´s y otras en…, eso lo puedes responder sólo tú. Algo maravilloso puede ocurrir con las personas que tenemos encerradas en la memoria si trabajamos el desapego al pasado. Cuando constantemente repetimos y rescatamos los recuerdos donde etiquetamos a las personas con apelativos ofensivos o agresivos lo paralizamos en el tiempo y en el espacio. Los tenemos aprisionados y eso es lesivo tanto para ellos como para nosotros, porque obstaculiza la ley del desarrollo y del avance personal, siendo el nuestro él más cristalizado. Liberemos a la gente que creemos que nos hizo daño; sería maravilloso soltarnos a un nuevo renacer. Hagamos el ejercicio de buscar primero a cuantas personas tenemos prisioneras y si constantemente estamos abriendo sus recuerdos de nuestros encuentros dolorosos con ellas, examinemos esto con mayor prudencia. Liberémoslas y visualicemos que ellas salen a espacios abiertos e iluminados, porque en verdad, las tenemos atadas con cadenas y encerradas en lugares lúgubres y oscuros. Y si es necesario entablemos una comunicación con ellos y pidámosles perdón, porque son ellas a los que nosotros les hemos coartado su libertad. No saben lo maravilloso que resulta esto para nosotros. Por eso recordar el pasado daña nuestras relaciones, porque estamos asociando comportamientos presentes con recuerdos. Y si alimentamos las emociones reviviéndolas continuamente, sencillamente afianzamos fuerzas contrarias a la salud y al bienestar del cuerpo físico.    

Dejemos de ser reactivos y miremos que tanta fuerza tiene nuestro ego y cómo es que se hiere fácilmente; cuidemos de que nunca más le demos la oportunidad de guardar sus peligrosas heridas. No cesemos de observarnos y busquemos ser conscientes de ese comportamiento; encontremos las emociones asociadas a los recuerdos y aceptémoslas. El hecho de hacerlo nos abre a la posibilidad de transformarnos y así podremos volver a experimentar la fuerza de la vida y su ley del desarrollo. No nos convirtamos en estaturas de cal, como la esposa de Lot el profeta, que quedó petrificada por mirar atrás… por volver la vista a su pasado!. Vivamos el presente y el ahora, no evitemos ser felices. Cada mañana levantémonos agradeciendo a Dios por el hermoso día que nos regala nuevamente y por la posibilidad de disfrutar de su creación. Y si nos queda grande perdonar a otro y ponerle el “suprimir” a sus archivos, entonces entreguémosle esto a Dios, El sabrá ayudarnos, porque es más sabio que nosotros. Finalicemos este escrito con esta hermosa poesía sufí referente al tema analizado:  

Tan rápidos como el agua del río
o el viento del desierto, nuestros días huyen.
Dos días, sin embargo, me dejan indiferente:
el que partió ayer y el que llegará mañana.

A aquellos que en el hoy aguardan su ventura,
y a los que en el mañana fijaron su esperanza,
un muecín les grita desde la torre oscura:
-«¡Locos! ni aquí, ni allí, vuestra paga es segura!»

En sueños, otra voz, que me repite, advierte:
-«La flor abrirá al beso de la nueva mañana»;
mas un rumor que pasa, me dice, ya despierto:


-«La flor que ayer abrió, dio su aroma y ha muerto».