martes, 18 de febrero de 2014


LA ACEPTACION
                 IDENTIFICANDO EL PROPOSITO DIVINO                
Artículo publicado en Revista Luz Universal, Diciembre de 2001 y basado en el libro “El Camino del Aspirante Espiritual” de Angela María La Sala Bata 

Lo que distingue esencialmente al aspirante espiritual  del hombre común es el deseo de mejorarse, de elevarse y de saber, o intuir que hay una meta a ser alcanzada y que la humanidad está en continua evolución. El caminante consciente de esta verdad, decide entonces purificar los vehículos de su personalidad y luego pasa a la segunda fase de la obra de su formación, que es la de la construcción y la del desarrollo de cualidades y facultades, aptas para crear en él una vibración más elevada y un crecimiento de su consciencia. Una de esas cualidades es la aceptación, que parece fundamental y esencial para la obra de preparación de una personalidad dispuesta siempre para la naturaleza espiritual.


La vida humana está sembrada aparentemente de pruebas, de dificultades, de sufrimientos. Todavía, el dolor es necesario e inevitable, pues constituye, para muchos, el propio camino evolutivo. Esas duras disciplinas a las cuales nos sometemos, son necesarias para que poco a poco, aprendamos a romper el molde establecido y a reconocer la divinidad que tenemos latente en nosotros. Por otro lado, existen leyes justas e inmutables que tienen, todas ellas, la meta de conducir a la humanidad, de los grados más bajos de la escala evolutiva hasta la más alta espiritualidad y a la realización del verdadero Yo. Y para entender correctamente cuál debería ser la actitud interior a cultivar, a fin de comprender plenamente el significado de todas las pruebas que nos vienen al encuentro, y de ellas extraer la verdadera enseñanza espiritual, debemos desarrollar la cualidad de la aceptación.


Quien analice el origen de tal palabra, verá que ella deriva del latín "accipio, is, acepi, acceptum, acciperi", que significa, acoger, recibir, aceptar. Por lo tanto aceptación significa, acoger, recibir algo que ocurre, que nos viene al encuentro. En otras palabras significa "aceptar la voluntad de nuestro Yo Real, esa sublime esencia que vive latente en cada ser y en todo el universo”. De acuerdo con lo anterior, el primer requisito para aceptar, es estar convencido de que existe un Querer Superior, un Propósito Divino, un Plan para la Humanidad. Así se podrá entender, que todo lo que sucede a las personas o a la colectividad, es nada más que un medio para conducir a la realización de ese propósito, de ese plan. Nada por lo tanto, acontece por casualidad, pero todo tiene una causa, una finalidad justa, benéfica y constructiva. Si de eso tuviéramos una certeza profunda y una convicción interior, sería fácil adquirir la cualidad de la aceptación, que en realidad no es otra cosa que la "colaboración consciente de la voluntad humana con la Voluntad Divina”. En vez de eso, la voluntad humana se acoge a los dictados  de las fuerzas emocionales, mentales, físicas y vitales, que se han formado durante el proceso evolutivo y que están en contraste con la Voluntad Divina, expresada por el Yo Real. El hombre se apega a la voluntad de ese conjunto de energías, también conocidas como yo inferior, se identifica con ellas, y se siente en perenne conflicto con el Yo Real, que en realidad, lo único que desea es conducirlo hacia el camino de la elevación y del servicio altruísta. La personalidad o naturaleza inferior, en el sentido que no es manejada por el Espíritu, no se debe considerar como un "yo", sino apenas como un instrumento de él.

 

Un hombre común está inmerso en el mundo de la ilusión, de lo irreal, y crea para él finalidades equivocadas; desea cosas que no siempre están en armonía con las leyes de la evolución; quiere la felicidad terrena, la satisfacción personal, en vez de volverse al verdadero objetivo de la vida: la realización del Yo Espiritual. La voluntad humana, por lo tanto, persigue fines egoístas, ambiciosos y de separación. La Voluntad de Dios, por el contrario, se vuelve siempre para fines altruistas, impersonales, amplios y universales. Si colocamos nuestra voluntad personal al servicio de la Voluntad del Espíritu podremos iniciar, con plena consciencia, el camino de ascensión hacia Dios, y llamarnos verdaderos aspirantes espirituales. No sabemos reconocer la Voluntad del Espíritu, pues éste no se puede manifestar claramente, directamente, ya que no tenemos contacto firme con él; no existe un alineamiento continuo y perfecto entre nuestras energías constitutivas y nuestro Yo Real.

 

Es por eso por lo que el Espíritu está constreñido a expresarse por medio de señas, de indicaciones veladas, entre las circunstancias de nuestra vida y por las personas que encontramos en nuestro camino. Podríamos decir que todo acontecimiento es, en realidad, un símbolo de la Voluntad del Yo Real. Aceptación, por lo tanto, significa acoger todo lo que sucede, toda provocación como una expresión simbólica y velada de la Voluntad Superior, la cual es siempre justa y benéfica, aunque no la sepamos reconocer. Como escribía León Tolstoi: "Nos irritamos contras las circunstancias, nos amargamos y desearíamos cambiar, mientras que todos los acontecimientos de la vida son nada más que una advertencia de cómo debemos actuar en las diversas circunstancias". Esta frase expresa que todo acontecimiento tiene un significado oculto, toda provocación encierra una enseñanza y la aceptación no se puede alcanzar mientras no se tenga esa convicción. Debemos comprender que, si algo va mal, eso significa que no lo supimos hacer de modo correcto, o mejor dicho, del modo que desea nuestro Espíritu, para los fines de la evolución. La aceptación, por lo tanto, está en la obediencia al querer Superior y en la paciencia de saber esperar que todo se resuelve para el bien.

 

Dios no se divierte infligiendo sufrimiento, o como decía Albert Einstein: "Dios no juega a los dados con el mundo". El destino no es fuerza ciega ni cruel. Existe apenas justicia, amor e inteligencia y, por lo tanto, nada de lo que se pueda comprender puede ser injusto, malo o absurdo. Un hombre desea fervientemente trabajar en algo que él cree, será su medio de sustento. Se lanza entonces a la búsqueda de las oportunidades que lo conducirán a su meta. Estudiará y se capacitará para ello. Probablemente en los primeros años vea resultados benéficos. Sin embargo, con el paso del tiempo, comienzan las dificultades: incumplimientos en las entregas, trabajadores deshonestos, socios aprovechados y que han sacado parte de las utilidades, deudas que no se han podido cancelar, etc. Comienza entonces una lucha por solucionar sus problemas: cambio de lugar de trabajo, nuevos socios y empleados, préstamos bancarios para cancelar algunas deudas, y a pesar de ello, se mantienen los mismos problemas: nuevos robos, nuevas estafas, pocas ventas, falta de dinero, que puede incluso impedir suplir algunas necesidades básicas. Al principio habrá rebelión y una búsqueda frenética por encontrar los posibles culpables. Visitará teguas, brujos, videntes y hará todo lo posible por mantenerse en el lugar que él cree que le corresponde. Cuando pasa el tiempo y su futuro se ve oscuro e incierto, y deja de mirar hacia afuera, preguntándose interiormente si existe alguna fuerza que lo impulsa hacia otra dirección, probablemente vea una luz de esperanza que lo movilice en otra dirección. Quizá se pregunte la razón por la cual el Universo conspiró contra sus ambiciones y se convenza de que ese trabajo no es para él. Comienza una etapa de aceptación, de resignación, pero no de tipo paralizante sino de movimiento en una nueva dirección. Entonces buscará otro tipo de empleo y si es necesario se capacitará nuevamente. Este hombre resignado, que ha soportado con valor la dura prueba experimentada y que ha aceptado su vida, irá liberándose y encontrará la ruta que le tiene preparada su naturaleza divina para un mayor crecimiento espiritual. Este es sólo uno de los muchos ejemplos; igual sucede con amores no correspondidos, parejas inestables, hijos rebeldes, familias conflictivas, enfermedades crónicas o agudas, etc.

 

Entonces, si nos obstinamos frecuentemente, insistiendo por un cierto camino, y a pesar de las dificultades y repetidas desilusiones, aún así seguimos por él, no queremos armonizarnos con la voluntad del Espíritu que tal vez desea conducirnos a una meta distinta, o que probablemente quiere mostrarnos que estamos bajo una actitud errada, siendo las desilusiones una advertencia, que nos quiere hacer comprender nuestras fallas y errores. Desearíamos comprender claramente el significado de los acontecimientos, pero nos olvidamos que lo sucedido en un momento dado de nuestra vida, es apenas un fragmento de un mosaico mayor o fracción mínima del tiempo, que debe ser insertada en el ciclo mayor, que abarca una secuencia infinita de tales fracciones, y que es el tiempo Eterno e Infinito. Es decir, que los acontecimientos actuales son efectos de acciones pasadas y ellas forman una serie de experiencias que hemos acumulado en muchas vidas. Es preciso, por lo tanto, saber esperar confiadamente y obedecer, no ciegamente, pero sí con aquella medida de consciencia y de comprensión que nos es dado alcanzar. El peligro a evitar es el de caer en un fatalismo ciego o el de tomar una actitud de suprema pasividad. Aceptación no es resignación pasiva, pero si es una actitud dinámica, constructiva y activa.

 

Jesucristo en su Bienaventuranza sobre la mansedumbre, nos está invitando a desarrollar en nuestra vida la cualidad de la aceptación. La aceptación es mansedumbre, una de las reglas fundamentales en  el reajuste del comportamiento humano, que Cristo invito a manifestar en la vida diaria. La mansedumbre ante las imposiciones de nuestra vida ordinaria es recomendable, porque esas exigencias, deberes y obligaciones que nos atenazan, no son más que el reflejo de nuestros propios actos vistos al revés, como la imagen que aparece en el espejo. Se nos exige lo hemos exigido; se nos impone lo que nosotros hemos impuesto; se nos obliga en la medida en que nosotros hemos obligado. Una vida de opresión es la continua lógica de una vida de poder oprimente. El antídoto de todas las injusticias es la mansedumbre o, mejor aún, en palabras más simples, la aceptación, porque si se aceptan las aparentes injusticias de la vida, no se hace más que restablecer el equilibrio que antes se ha roto y poner las cosas donde deben estar. Por el contrario, si se reacciona, si el individuo se rebela contra lo aparentemente injusto, prolonga su sufrimiento y puede pasar toda su vida enfrentado con los demás, en un estado de guerra permanente y sin fin. La aceptación está situada en lo más alto de una escalera, cuyos escalones son: soportar, resignarse, aceptar. En realidad así es, no existe en la aceptación, la ira impotente ni la sorda rebelión interior o la represión del odio, de quien es obligado a soportar la vida. No existe tampoco la pasiva e inerte sumisión, exenta de luz, de aquél que se resigna, por no entender por qué él se siente inerme frente a la adversidad. Hay en la aceptación el coraje de quien comprende y, libremente, va al encuentro de la prueba. Se esconde en la aceptación el verdadero significado de las palabras "abrazar la cruz", no en el sentido de la debilidad sino, por el contrario, en el estímulo que hay en la actitud serena y sabia de aquel que comprendió trabajar con la ley.

 

Ante cualquier acontecimiento de la vida, no debemos renegar, perder tiempo o energía innecesariamente por luchar o amargarnos, sino mirar el aspecto práctico y útil, e intentar extraer toda la utilidad y la enseñanza que el universo nos quiere mostrar. Debemos colaborar con lo inevitable, no oponerle resistencia ni rebelión estéril. Si delante de las dificultades y de los acontecimientos dolorosos de la vida nos hiciésemos la siguiente pregunta: ¿Qué me puede enseñar este acontecimiento?, o ¿Qué hay detrás de esto?, ¡Dónde fue que me equivoqué? y después, "¿De qué modo me comportaré para transformar esta dificultad en un instrumento útil para mi evolución?, ¿Cómo podré colaborar con esta lección?;  poco a poco adquiriremos una sensación de paz y de serenidad indecibles, aún cuando no consiguiésemos comprender totalmente, el significado oculto de los acontecimientos. La ignorancia del hombre sobre los principios divinos, es de hecho una de las razones que impiden conquistar la cualidad de la aceptación.

 

La aceptación se va dando en la medida en que el aspirante haya pasado por muchas experiencias de superación y se haya convencido de la verdad fundamental de la existencia de un Plan Divino, de que es un Espíritu inmortal, y que aún está en evolución, sometido a la acción de Leyes Superiores, justas e inescrutables. No sólo los acontecimientos personales tienen su origen en los impulsos del Espíritu, también los mundiales se cristalizan por una Voluntad Sublime. Sin embargo, aunque muchos de los hombres son fieles a una Divinidad actuante, ante los desastres, las guerras, los hechos presentes, se rebelan y no aceptan que todas estas cosas sucedan. La creencia en una causa sublime subyacente en cada ser y en cada lugar, sólo se percibe en la imaginación o se expresa con palabras convincentes, pero nunca se vive realmente. Cuando se precipitan actos violentos o parte de la población adquiere costumbres, aparentemente malsanas, la mayoría de los hombres reniegan y no aceptan estos hechos. Se inicia una lucha de oposición, una guerra contra todo lo que se cree atenta contra la estabilidad del mundo, y esto precipita aún más las fuerzas oprimentes y paralizantes. Si la creencia en un Dios infinito y justo, es real, y no sólo está en la imaginación, nada en el universo se considera malo, porque si es permitido, es necesario para el crecimiento espiritual de la humanidad. Todo en el Cosmos conspira para el bien de la humanidad y el aparente mal esconde una lección indispensable que se debe experimentar. Dios está eternamente presente en cada momento de la evolución. Si el hombre comprende esta realidad, dejará de resistirse a un proceso natural. El que fue oprimido en tiempos remotos, es el opresor del presente; todo equilibrio debe ser alcanzado, todo círculo debe ser cerrado. No lloremos por los males del mundo, no suframos por la maldad de los hombres, aceptemos que la humanidad es así y no obstante, cada día que trascurre crece espiritualmente.

 

Luchemos, pero hagámoslo en silencio, en nuestro propio hogar. No necesitamos crear nuevas organizaciones, ni mucho menos nuevas creencias. Debemos ir al laberinto interior, para explorar las zonas que aparentemente nos hacen cómplices del lado oscuro que se manifiesta en todo el mundo. Limpiemos esas zonas y así dejaremos de resistirnos, de oponernos a los procesos naturales, convirtiéndonos en colaboradores de Dios y de sus propósitos divinos. Vivamos en armonía con lo que creemos, nuestra fe debe ser manifestada en cada acto de nuestra vida. Si miramos la historia de la humanidad, veremos como en tiempos pasados, había mucha represión. Hoy en día existe mucho libertinaje, el cual se manifiesta por medio de la música, el baile, la televisión, el cine, etc. Muchos creen que Satanás está detrás de todo esto y corren tras su redención y ni siquiera lo nombran por miedo a caer en sus terribles redes. Toda fuerza negativa que se precipita sobre los hombres, es un instrumento de enseñanza que Dios utiliza con el fin de mover las energías cuando éstas están estancadas o en peligro de cristalización. Muchos gobiernos oprimentes surgen para mostrar a un grupo de hombres los efectos de la dictadura y del egoísmo extremo. Si se juzga a un gobernante, también se está sentenciando a los gobernados. Sencillamente, todo dirigente refleja aspectos positivos o negativos de un grupo de habitantes de una región. Si ellos obran mal es porque el conglomerado también actúa adversamente. La aceptación también debe abarcar este aspecto social, y cuando un núcleo humano, muta la dirección de su vida y se moviliza por la conquista de la libertad interior, de la paz y de la honestidad, sus gobernantes también cambiarán y habrá prosperidad y tranquilidad. A veces exigimos a nuestros dirigentes, lo que nosotros no somos capaces de expresar, porque carecemos de muchas virtudes internas.

 

Hemos visto que la aceptación debe abarcar todos los aspectos de la vida: el personal, el social, el educativo, el familiar y el mundial. Acaso nos hemos preguntado ¿por qué Dios nos dio padres intolerantes y crueles, hermanos envidiosos, amigos conflictivos, trabajadores desleales y gobernantes aprovechados? ¿Amamos nuestra vida y bendecimos a Dios por los sucesos diarios que son necesarios para nuestro crecimiento humano? Cada uno deberá examinar el grado de aceptación de su propia vida. Aceptación es la cualidad, que al irse despertando lenta pero firmemente, nos llevará a la conquista de aquello que perdimos al descender a los niveles menos sutiles del universo: la visión consciente y constante del Supremo Creador.

 

 Kletid (Yaneth Barragan)