martes, 29 de abril de 2014

ESTRUCTURA PSICOLOGICA Y CAMINO DEL DISCIPULADO
Parte 2

¿Estoy montado el asno
o me está montando el a mí?


Frase sufí maravillosa como abrebocas a esta inquietud despertada hace algún tiempo por preocupaciones constantes de descubrir la forma real de apaciguar la naturaleza desbocada en metas sin sentido, por desconciertos al no alcanzar el ascenso hacia la realización espiritual, aún a pesar de los varios años en la exploración, y por ansiedades de beber en fuentes sublimes y elevadas. Todo va apareciendo, pareciera como si una mano invisible guiara, sin obstáculos, las posibles respuestas conducentes a integrar cada hallazgo y a mostrar las fichas necesarias para armar el rompecabezas completo que conducirá sin peligros al aspirante a la puerta segura que abre el despertar espiritual.  Las sombras van siendo derribadas por la luz y los hallazgos se asemejan a los rayos del sol que van penetrando en los laberintos insondables donde, desde hace varias edades, el rey duerme en la noche lúgubre y peligrosa. Bástenos gratitud a los lectores, porque todos sostienen el empeño y precipitan la afluencia de los Guías Invisibles, empeñados en satisfacer los anhelos de sed espiritual de aquellas almas sedientas de alimentos divinos. 

La frase introductoria hace referencia a un asno que para los iluminados místicos del Islam representa lo que ellos denominan nafs, siendo éste el ser centrado en el ego. Ellos conciben al hombre como una entidad compuesta bajo la siguiente formula: Ser humano= Allah + Nafs. Pensamiento muy acorde con la postura de los cabalistas (iluminados místicos del judaísmo) que afirman que el hombre vive en un mundo diferenciado en seres o formas, y en el cual Dios se oculta para permitirle su existencia. Lo manifiesto da lugar entonces a lo finito, lo limitado, lo fragmentado y a la creencia humana de que lo diferenciado, lo temporal y lo añadido a su personalidad, es su realidad. En consecuencia, en el trascurso de la evolución, el Ser humano se ha identificado con el cuerpo, con las emociones, con los pensamientos y con las creencias o condicionamientos, puesto que todo eso pertenece al mundo de la manifestación. Ese apego a los nombres, las formas y las energías creó las personalidades de los hombres, siendo éstas conocidas también como máscaras o egos, que aunque son pasajeras, se convirtieron en el desvelo de nuestras existencias y en las causantes de las fuerzas que catapultan aún más la realidad divina que mora en nuestro interior y que permanece oculta hasta tanto no despertemos a otra realidad. Llegados a un punto de la evolución debemos comprender que nuestra misión trascendental, como expresan los cabalistas o vedatistas, consiste en revelar a Allah o Atman, la esencia eterna y universal, o sea a Brahman mismo, energía subyacente que se oculta en todas las cosas y en nosotros mismos. Y eso no es más que otra cosa que permitir que lo Divino (Allah) tome su lugar y bañe con sublimes energías nuestras personalidades (nafs), haciendo posible que cada vez seamos más sagrados y menos mundanos o finitos.

Los siete niveles del ego o nafs descritos por Kabir Helminski al-Mevlevi, Sheij de la Cofradía sufí Mevlevi, son;  

El yo compulsivo-obsesivo. Cuando estamos completamente dominados por nuestros deseos e instintos; casi no tenemos una separación entre nuestro deseo y nuestra acción. Caemos bajo las órdenes de nuestras compulsiones y este estado es como una capa de oscuridad que nos impide ver nuestra propia luz interna. El yo inferior alega que actúa a favor de nuestros intereses, pero la evidencia apunta en la dirección contraria. Sus deseos caóticos nos alejan de la Realidad, mientras ejerce su tiranía sobre el corazón.

Cae como anillo al dedo este poema de Maulana Rumi que muestra la condición de quedar atrapados en el yo compulsivo-obsesivo:

Si amas el dinero más  que a nada,
serás comprado y vendido
si sientes gula por la comida,
serás una hogaza de pan.
Esta es una verdad sutil:
Cualquier cosa que ames, lo eres

Para estar más cercanos al núcleo divino se precisa desarrollar en esta etapa la cualidad del arrepentimiento. El arrepentimiento entendido como una revolución interna contra nuestro ego y que nos permite manifestar al Sublime que llevamos dentro. Así, esta cualidad es como una reacción de nuestro noble y sagrado espíritu contra nuestra parte egoica y pasional. Cuando más elementos nobles vayamos manifestando en nuestro interior, se provocará en nosotros una revolución y eso hará que esta fuerza divina se presente como una de nuestras fuerzas. La reacción del arrepentimiento depende de tres factores: el daño ocasionado a otros, la naturaleza de la consciencia y la fuerza de la fe. Así, cuanto más grande el pecado más intenso será el arrepentimiento y cuanto más santo el ser que comete el desagravio, mayor será su intensidad. Si nuestra condición egocéntrica reina sin control, no nos molestamos ni arrepentimiento ante casi nada; pero si nos elevamos espiritualmente, buscaremos la misericordia divina con suplicante anhelo ante cualquier cosa o actitud que quiebre la estructura sagrada. A veces posponemos constantemente nuestro trabajo del arrepentimiento y hemos de recordar que toda rama joven puede ser enderezada, pero cuando ha crecido mucho y se ha engrosado ya no admite cambio de forma o dirección. Los vicios, las obsesiones echan fácilmente raíces en nuestras almas; una hora de retraso es importante; lo mismo una noche y un día. Hoy es mejor para arrepentirse que mañana, y está noche mejor que mañana a la noche. No debemos descuidarnos más. La práctica de la meditación o la devoción no sirven sin el arrepentimiento, sin el trabajo interno de revolucionarnos a nosotros mismos.

El yo que se lamenta, en el sentido en que tenemos mayor consciencia de controlar nuestras  compulsiones y deseos. Es una etapa en la que iniciamos una revolución interna para descubrir la fuerza de las compulsiones y determinar qué tanto estamos esclavizados a nuestros deseos. Presupone la etapa de probación de muchas escuelas ocultistas. Implica auto observación constante, retrospección de las acciones diarias y anhelos por quemar los velos de oscuridad que nos separan de nuestra propia luz espiritual. La cualidad que necesitamos despertar en esta etapa es la templanza o sobriedad, que surge cuando descubrimos el poder de las compulsiones y obsesiones y las procuramos controlar. Desafíos a los gustos y a la intensidad de los mismos son necesarios realizar en esta etapa. Si algunos ocasionan angustias y ansiedades mayores, esos son los que están arraigados con mayor poder.

El yo equilibrado o inspirado, es el estado en el que nuestra fe y nuestras acciones correctas  han comenzado a predominar en nuestra vida. La tiranía de nuestro egoísmo va siendo derrocada y estamos logrando un ego más o menos integrado. La cualidad que vamos despertando en esta etapa es la renuncia a las ambiciones y anhelos mundanos; una libertad del condicionamiento del deseo. Este estado es la meta de la religión y la psicología convencionales, y es la frontera del desarrollo convencional del ego. Aunque sólo sea el tercer nivel del desarrollo humano, dentro del sistema Sufi, es un gran logro. Para la mayor parte de nosotros, llegar a esta etapa requiere de mucho trabajo personal y psicológico. La fragmentación en nosotros empezará a claudicar y ya no iremos como retazos a ofrecernos al mundo. Los demás nos verán más centrados y nosotros mismos nos sentiremos menos contradictorios y antagónicos. Si exigimos al mundo paz, seremos serenos. Si pedimos perdón de los agravios, perdonaremos a nuestros victimarios. Si pretendemos amar al mundo, no seguiremos siendo excluyentes con los de cierta clase o condición.

El yo tranquilo, que ha comenzado a vivir a partir de nuestra consciencia enfocada en la nostalgia de Dios. Esta es la etapa en la cual pisamos el Camino del desarrollo consciente, o sea en la que nos acercamos al contacto con el Maestro y al despertar del Yo Real o presencia individual. Seguimos teniendo asuntos pendientes de las etapas anteriores, pero podemos enfrentarlos dentro del contexto de una experiencia más amplia. La cualidad que buscamos despertar en esta etapa es la pobreza espiritual, un desapego de las preocupaciones mundanas, libertad de las inquietudes y paz mental. Aquí comenzamos a ver a través de las apariencias y reconocemos a Dios detrás de todas las formas o circunstancias; la separación de Dios, en esta etapa, es sólo un velo de luz. Estamos en el umbral de aprehender la realidad de nuestra propia naturaleza. O sea esta etapa es aquella que nos pone ad portas del discipulado y nos acerca a los Maestros Ascendidos, prestos a sostener a los sinceros exploradores de lo trascendente. Reza el presagio espiritual: “El Maestro aparecerá hasta cuando el alumno esté preparado y sólo entonces” pues ya vimos que es la cuarta etapa.  

El yo realizado o contento con Dios. En esta etapa abandonamos las opiniones personales y los pensamientos como “para mí, en mí opinión, en cuanto a lo que me concierne” y fusionamos nuestra orientación y nuestro ser con la intención de nuestro Sustentador. En la vedanta advaita a este estado del ser se le conoce como Yogarudha, libre de apegos a las acciones y a los objetos. Descubrimos que el bien y el mal son relativos en lo creado; pero para el Creador son iguales. Hemos madurado nuestra percepción de la realidad, no vemos falla alguna en la Creación. Pase lo que pase, nos abrimos a la situación con paciencia y aceptación. Esta es la etapa de nuestra primera fusión o unión con Dios. La nostalgia por Dios nos ha madurado y caemos en un estado de aceptación, de perdón y de gratitud. Nuestra individualidad ha sido transformada a nivel fundamental y el yo entra en una fase de altruismo espontáneo. A partir de este punto en nuestro progreso, nuestra elevación hacia Dios continuará eternamente; la muerte no podrá ponerle fin.

El yo del sometimiento total, en el que no sólo estamos satisfechos, sino que proporcionamos deleite a Dios. Como dice en algunos apartes de la Biblia o el Corán: seremos los hijos que complacemos al Creador.  Es el inicio del descenso de la felicidad, de la manifestación absoluta del Ser Real y esta etapa que se caracteriza por fases de asombro impactante. En ella experimentamos tanto la crucifixión como la resurrección. Después de fundirnos felizmente en Dios, nuestro yo debe enfrentar pruebas muy duras para llegar a reconocer que sólo vive para Dios y que no desea otra cosa fuera de la Verdad. La individualidad retorna a nosotros, pero esa individualidad ya no piensa en términos de sí misma. Sólo es posible el verdadero asombro y conciencia de Dios cuando hemos regresado de la unión a la individualidad. Paralelamente, es un estado más profundo de amistad y de comunión con Dios, en el que el nuestro yo existe lado a lado con el Ser de Dios, en el que cada prueba, cada pérdida se experimenta en una sumisión total. Nuestro yo logra un estado de absoluta humildad, de pureza de corazón, de aniquilación de todo aquello que se resiste, se queja, tiene resentimientos o falta de confianza hacia la Realidad. Esta humildad es como el estado de enamoramiento –un enamoramiento con Dios, y se siente correspondido en el amor. Dos amantes pueden sentarse juntos contentos, felices y en paz. Al estar enamorados, dos se vuelven uno en propósito, sin perder sus individualidades distintivas. Cuando estamos profundamente enamorados los deseos del amante y de la amada son lo mismo, sin discusión ni desacuerdo. Y así estamos complacidos con la realidad y la Realidad está complacida con nosotros. Vivimos en la aceptación, la apertura y la confianza. La cualidad que despertamos en esta etapa en una confianza completa, entregamos nuestros asuntos a Dios, el único Confiable. Seremos verdaderos amigos de Dios, siendo capaces de emanar una vibración benéfica para la humanidad y para toda la creación.


El yo completo, consumado o perfecto, en donde lograremos alcanzar el espectro completo de los atributos y retornaremos a la vida ordinaria de manera excepcional. Seremos completamente transparentes ante la Divinidad y manifestaremos total satisfacción. Ibn’Arabi, un gran santo Sufi, describió este logro cuando dijo “Mi viaje fue por completo en mi interior, y apunto a mí mismo. Y vi que no era nada más que sirviente, sin trazas de Señorío.”  Todas nuestras cualidades y acciones pertenecerán solamente a la Realidad Transpersonal. No tendremos existencia separada de esa Unicidad. En este nivel, nuestro yo individual, aunque totalmente funcional, existirá dentro y a través de esa Unicidad. Nos habremos convertido en seres universales, pertenecientes a toda la humanidad. Avanzaremos hasta un estado en el cual viviremos sin auto-imagen, con modestia, apertura, perdón, aceptación y confianza. El resultado final será la manifestación irrestricta de la Vida y la Sabiduría.

Hemos visto graduaciones ascendentes de los nafs, lo cual nos permite concluir que los Maestros de las Escuelas del Misticismo Islámico, proponen trasformar al ego, hacerlo trasparente y nunca destruirlo. Kabir Helminski al-Mevlevi, guía espiritual de la cofradía sufí Mevlevi, en línea directa con el Maestro Rumi, nos explica claramente su enfoque de transformación de la siguiente manera:

“Imaginémonos a nosotros mismos representados por una silueta en colores contra un telón de fondo. ¿Cuánta de nuestra atención se dirige sobre la silueta, cuánta sobre el telón de fondo y cuánta sobre la relación entre ambas? En algunas enseñanzas la silueta es lo importante: debemos ser el número uno de nuestro universo. Nuestros estados de consciencia y nuestro propio desarrollo son el foco, y el telón representa nuestra relación con el mundo exterior, el que puede oponérsenos, distraernos u ofrecernos la realización. Un segundo enfoque sugiere que sólo el telón es real y todo lo que la silueta representa es irreal. El ego-silueta debe morir o ser aniquilada. El enfoque sufista es que el telón es infinitamente compasivo, consciente, amoroso y pleno de significado; y que la “ego-silueta” necesita encontrar su relación con el “telón” del Amor. El yo puede abrirse a una relación nueva con el Ser; puede enamorarse con el fondo, con el suelo del Ser, y da inicio a una especie de danza entre la figura del yo y el fondo del Ser compasivo. El “yo" que no ha llegado a enamorarse del telón de fondo hasta convertirlo en su primer plano, vive una existencia dolorosa, sin amor, cercenada del amor creativo que puede guiar e inspirar su existencia. Gradualmente, si buscamos esta vía, los colores del telón de fondo y del primer plano se vuelven Uno, más aún, a menudo ocurre que el telón de fondo y el primer plano parecen enrocar posiciones y cambiar de papel en juegos traviesos. El amante desaparece en el Amado y luego el Amado desaparece en el amante. De acuerdo con lo anterior, la disciplina para promover el ego no es la misma que aquella para hacerlo transparente. Ambas requieren la persecución metódica de una meta, pero una puede conducir a diversos tipos de encarcelamiento. Mientras la otra puede llevar a la libertad.

Otra forma en que puede ser descrito este proceso de transformación es en términos de cambios de estado: de sólido a líquido y luego a gas. Vamos a explicarlo con cuidado. Las etapas en las cuales prima la silueta (ego) y se desatiende al telón (Divinidad), son como el hielo: duras, separadas y solitarias. Las intermedias son como el agua: fluidas, capaces de mezclarse con otros, aptas para disolverse e incluso purificar la negatividad de la vida. Las etapas más elevadas se parecen al estado molecular de la fragancia: muy sutiles, penetrantes, sin limitaciones en espacio y tiempo. De modo que podemos visualizar el yo como algo capaz de volverse cada vez más sutil, refinado, espacioso, penetrante.  Mientras más espiritualizamos nuestras cualidades mundanas y las dedicamos al servicio, más podemos domar a "la bestia" mediante el amor, más lograremos la integración, y más se transforma el yo natural en instrumento de los valores reales, que son de naturaleza transpersonal o espiritual. En los niveles intermedios llamaremos la atención de los Maestros y nuestra fluidez al relacionarnos, al aceptar las condiciones presentes en un instante, al romper con exclusividades y desconfianzas, nos dotara de una gran oportunidad para ir al reencuentro con Dios en el aquí y el ahora. Si ascendemos a los niveles elevados, la presencia divina será prominente en la silueta, nos volveremos íntegros, alineados con la sabiduría más profunda y abarcaremos cada vez más y más aspectos de la realidad. Todas nuestras formas: acciones, sentimientos, pensamientos estarán armonizadas y trabajaran juntas de un modo equilibrado; dejaremos de estar fragmentados; sintiendo una cosa, pensando una distinta y actuando de manera poco racional o sensata. Así comprenderemos que si nos hemos revolucionado interiormente habremos entendido las palabras Yihad Kabir o Guerra Santa, propuestas por el profeta Mahoma, único método para sublimar al yo.

No obstante, para la psicología sufí, la estructura de la psique humana, no sólo se remite al conocimiento de los nafs, sino también a otros dos elementos primarios que son el corazón y el Espíritu. Los nafs, ya vimos son un conglomerado de manifestaciones psicológicas complejas que emergen del cuerpo y están relacionadas con el placer y su supervivencia. El ego tiene una relación íntima tanto con el cuerpo como con las otras fuerzas actuantes en los hombres. No tiene límites en sus deseos y necesita del yo Espiritual (ruhj) para que lo guíe y modere. Por otro lado, el yo Espiritual requiere de la energía del yo natural (nafs) para aspirar a la consumación o perfección del individuo. Por tanto no se puede aniquilar al yo personal. El corazón, es el centro de nuestro ser, el alma, nuestro conocimiento más profundo y amplio, incluye funciones psíquicas e imaginación activa; es como un contenedor hecho de la sustancia de la presencia. Es el centro de la psique, el punto medio entre el espíritu y el yo. Incluye las facultades inconscientes de percepción, memorias y complejos, y puede estar bajo la influencia del ego o del yo Espiritual. Cuando hablamos de involucrarnos en algo “con alma y corazón,” estamos hablando de ese aspecto del yo. Vivir desde el corazón, tener un corazón puro, apuntan a una condición de deseo espiritualizado profunda o de pasión espiritual. Por otro lado, perder nuestra alma significa tenerla dominada por intereses materiales, sensuales y egoístas. Dicha “alma y corazón” está velada, oscurecida, inconsciente. El Espíritu (yo esencial, yo espiritual) es un atributo del ser humano que se describe como un impulso o comando de Dios dentro del ser humano. El Espíritu es la esencia misma de la vida. Equivale a un punto adimensional que está asociado al dominio de la Unidad y tiene acceso al dominio de las Cualidades Divinas. El Espíritu puede mandar sus mensajes al corazón. Tiene varios ministros importantes: la Razón, la Reflexión y la Conciencia. La individualidad es el resultado de la relación entre los tres elementos anteriores y en el camino Sufi se trabajan los tres dominios simultáneamente: refinando el yo (nafs), purificando el corazón y activando el espíritu. Pero, en cierto sentido, lo más efectivo es comenzar con el corazón que es el punto medio entre los otros dos, y el lugar donde estos se encuentran. Por eso el trabajo del corazón comienza con el desarrollo de la presencia y la remembranza de Dios. La remembranza atrae la luz del Espíritu hacia el corazón, y de aquí se redistribuye a toda la psique. La presencia transporta la luz del espíritu hacia el corazón desde donde es distribuida a la totalidad de la psique. Con presencia en el corazón, las coerciones del yo compulsivo pueden ser observadas y transformadas. Con presencia y la subsiguiente apertura del corazón, los aspectos egocéntricos del yo (nafs) pueden ser transformados en cualidades verdaderamente humanas. Esta práctica es según para el vedantista la devoción Bakti y que ostenta un lugar primordial.

Los místicos sufís resuena con mucho de lo que hemos escrito y además agregan que algunos temas tales como trabajos con la auto estima, la visualización creativa, la afirmación, la consciencia de los arquetipos, la obtención de consuelo o alivio al estrés, que son asuntos todos asumidos muchas veces por la psicología transpersonal o las técnicas New Age, pueden convertirse sólo es recetas para ser seguros, exitosos, aceptados, atractivos, o para someternos, hacernos sumisos o pertenecer a… Todo eso; dice Kabir Helminski al-Mevlevi, muestra inmadurez e ingenuidad con relación al aspecto fundamental de la existencia: manifestar al Yo Divino en la forma, en lo material. A esas metas las llama “chupones místicos” y las divide en tres categorías: 1. Vendajes para heridos (seminarios de autoestima, meditación para relajación del estrés, visualizaciones de paisajes y lugares hermoso, etc.). 2. Herramientas para constructores de realidades estilo hazlo-tú-mismo (afirmaciones, visualizaciones creativas de positivismo, entrenadores personales, etc.); 3. Narcóticos para los adictos espirituales (técnicas extáticas, yoga o tantra superficial, mimos para el cuerpo, que pueden incluir vegetarianismo extremo, consumo obligado de alimentos integrales o bebida de potajes orgánicos, ricos en nutrientes, antioxidantes, rejuvenecedores, etc. Eso solo favorece a los venderos de ilusiones y a los comerciantes.).

Los Maestros o Escuelas Verdaderas sobrepasan todo eso porque a lo que invitan es a una integración individual con la Totalidad y a descubrir que existe una continuidad entre el núcleo de la consciencia individual y todos los niveles del Ser. La senda real se preocupa por poner las cualidades y los valores en acción, siendo éstos valiosos por sí mismos, porque, para los verdaderos guías y maestros, representan propiedades esenciales de la realidad, la cual es benéfica y nunca a pesar del sufrimiento y el dolor, se queda oculta, pues ella tiene superioridad, y se revela con mayor claridad a través de los riesgos de esta existencia impredecible. Las cualidades de compasión, generosidad, sabiduría, justicia, belleza y gloria son inherentes a nuestro universo. Las encontramos reflejadas en nuestros propios seres, y también descubrimos que si trabajamos con nosotros mismos, si pulimos nuestros corazones, nos volvemos más capaces de reflejarlas en nuestras vidas. Es importante señalar que nosotros no damos origen ni creamos estas cualidades; sólo las reflejamos. Por nuestra cuenta, no tenemos la inteligencia o creatividad para inventar la sabiduría o el amor. Sólo podemos descubrirlas tal como nos son reveladas, entonces podemos reflejarlas en esta existencia. Desde cierta perspectiva, todas estas cualidades existen en el tesoro invisible y transpersonal de la inexistencia o no manifestación, que es el lugar donde mora Dios en su plenitud. Somos nosotros quienes hacemos existir a las cualidades y las manifestamos al remover los obstáculos que presenta el falso yo. Uno de los primeros principios de este modelo del -yo como reflector, es que no nos atribuimos nada a nosotros mismos excepto las imitaciones que imponemos a la manifestación. Nos hacemos responsables de nuestra limitada capacidad de reflexión y permitimos que este reconocimiento nos estimule a generar mayor reflectividad.  La mayor limitación en nuestra capacidad para reflejar las cualidades de este tesoro transpersonal es el falso yo, esa identidad superficial que es, después de todo, una creación del condicionamiento. El falso yo es un papel, un rol, una auto-imagen artificial, un paquete recibido lleno de ideas, opiniones, ilusiones, deseos, caprichos, auto-justificaciones, inseguridades. Tenemos una personalidad irreal que vive nuestra vida por nosotros. Muy a menudo hemos estado viviendo como meras figuras en un mundo figurativo. Hemos vivido como un yo ficticio en un mundo ficticio, ajenos a la realidad Benéfica y a través de una personalidad dominada por los gustos o aversiones, por los condicionamientos y enfocada en la mentira, el temor, y prioritariamente en defender su auto imagen artificial a capa y espada. La manifestación de dichas cualidades es truncada todo el tiempo y más cuando no confiamos en la Beneficencia de la Vida. Debemos adoptar alguna identidad ficticia para ciertos propósitos, pero al hacerlo, no la podemos tomar seriamente, ni mucho menos identificarnos con ella o dormir con ella.

Algunas cualidades a manifestar serán: 1. Aceptación de aquello que es, en lugar de quejas al estilo “pobre de mí” o “¿Por qué yo?”. 2. Franqueza, antes que preocupación por el “mí.” 3. Gratitud, antes que resentimiento por lo que me ha pasado a “mí.”. 4. Generosidad, antes que posesividad. 5. Modestia, antes que vanidad del “mí.” 6. Perdón, antes que culpa propia o de los demás. 7. Confianza, antes que inseguridad y duda. Sankaracharya nos habla de otras cualidades a manifestar. 8. Discernimiento antes que imprudencia e insensatez. 9. Renunciación a todos los goces transitorios, antes que la permanencia absoluta en el placer sensorial. 10. Calma y no intranquilidad. 11. Ecuanimidad y no preocupaciones constantes ante todo tipo de aflicciones con deseos de deshacernos de ellas. 12. Fe y no blasfemia de las instrucciones espirituales impartidas por los Sabios, Maestros y Discípulos”. 

Siempre debemos tener presente en nuestras acciones hacía dónde las enfocamos continuamente: si lo hacemos hacía nuestros deseos egoístas o por el contrario hacia nuestra porción trascendente o sublime. Y también debemos descubrir si nuestro acercamiento al camino espiritual es simplemente una preocupación por nuestra persona o una apertura trascendente hacia la verdad. Ya que ellas definen las dificultades del camino y de igual manera el tipo de guía espiritual que se nos acerca. Si la búsqueda es sincera, las puertas serán abiertas y los caminos a recorrer serán los menos peligrosos y demorados. Si no lo es, tal vez caigamos cegados por falsos maestros y el ascenso será demorado, lleno de baches, obstáculos y frustraciones.

Nuestras formas o nafs no son realidades en sí mismas, en ellas existe una presencia divina. El desconocimiento de esa verdad, originó la idolatría y el dogmatismo en el mundo de los hombres. Así durante muchas edades y vidas nos hemos elevado como fragmentos a la categoría de Dios. Y muy costoso nos ha resultado esa creencia, porque vamos atrasados y se ha necesitado la presencia de los enviados divinos, océanos de misericordia y los mejores conocedores de Dios: Rama. Krishna, Budha, Moisés, Jesús, Mahoma, Mitra, Orfeo, Zoroastro, los Siddas de la India, los Maestros Sufís, Cabalistas, Gnósticos, Taoístas y Budistas. Todos ellos han dejado un legado a aquellos atraídos a sus enseñanzas y que no es otra meta que revelar a Dios en sus vidas y por tanto manifestarlo en lo material, lo emotivo y lo mental. También, vivir en la manifestación en conexión con la eternidad y la infinitud, desarrollar la creencia de que no estamos separados de Dios, sino que El se encuentra en nuestra interioridad y allí debemos buscarlo. Igualmente amar a Dios en la manifestación como una prioridad a trabajar, ya que al hacerlo lo reconocemos en nuestra propia sustancia individual, le agradecemos la existencia temporal y su decisión de dejarnos existir. Por otro lado, al permitir que esa luz divina alumbre por momentos nuestro espacio personal, le daremos un sentido real a nuestra existencia; toda forma de violencia ira desapareciendo y dejaremos de sentirnos el centro del universo, que precisa atenciones y sufre frustraciones por no percibirlas o recibirlas de los demás. Iremos elevándonos de niveles inferiores a los superiores y manifestando los atributos divinos en el aquí y nunca los perderemos para otras futuras encarnaciones. La energía divina de nuestro ser se hará manifiesta y nos convertiremos en faros de luz para los demás, porque donde Dios existe allí llegarán los sedientos de consuelo, claridad y paz. De separatistas y excluyentes nos convertiremos en unificadores e incluyentes, y nunca más despreciaremos a las personas por sus condiciones, gustos o condicionamientos. Tampoco nos sentiremos fragmentados sino completos, integrados, y acrecentaremos nuestra paz interior. Aumentará nuestra radio de recepción al Todo y a todos y solo seremos compasivos, abnegados… El mal ya no será nuestro hilo conductor hacia la muerte y la temporalidad, y retornaremos a la encarnación, solo para auxiliar a los demás, no para cumplir deseos insatisfechos y promesas hechas bajo la ilusión de la personalidad pasajera y vacía. Las formas se verán como caminos o espacios para revelar a Dios y buscarlo insistentemente en ellas. Participaremos del proceso de la creación y eso nos llenará de satisfacción y Dios se complacerá de nosotros.

Cada vez que leamos este artículo o lo recordemos, invoquemos el nombre de Dios porque fortalece nuestro corazón, asiento del alma y aliento de vida. Demos gratitud por permitirnos abrir caminos a la Inteligencia y busquemos ese acercamiento que hizo posible este hermoso poema de Rumi:

Ay Amado llévame, libera mi Alma,
lléname con tu amor
libérame de los dos mundos
si mi corazón se enfoca en otra que no sea tú
deja que el fuego que queme por dentro
Ay Amado
llévate lo que quiero
llévate lo que hago
llévate lo que necesito
llévate todo lo que te aleja  de ti