LA FELICIDAD QUE ELUDIMOS
No hay conversación humana en donde los interlocutores no se
refieren a su pasado. En bancos, hogares, trabajos, calles o consultorios, las
personas relatan muy detalladamente sus experiencias pasadas, llevando al
presente toda una carga de dolor, quejas, reclamos, alegrías o frustraciones.
Generalmente, el que relata sus vivencias lo hace con un apasionamiento
increíble y hasta revive muy menudamente las palabras expresadas, los gestos
manifestados, las ofensas y los regaños, si los hubo, el dolor sentido y la ira
desatada. Es más, con frecuencia el narrador se ríe ante su genialidad para justificar
sus posturas emocionales que le permitieron defender su honor e integridad. Por
lo común, el que escucha, se pone de su parte y aplaude todo lo que dijo o
hizo, dándole el beneplácito a su agresividad, altanería o irrespeto.
Pero, indiscutiblemente algunas personas son más apegadas a su
pasado que otras. No falta en las familias algunos que narran la misma historia
de dolor y guerra, cuantas veces salga a relucir el tema, se nombre a la
persona que la origino o la mente haga un clip con un sentimiento o con
cualquier parecido con hechos de su pasado. A veces la gente evita los encuentros
con los “apegados a su pasado”, porque sabe que irremediablemente, tendrá que
soportar nuevamente los relatos que ya se conoce de antemano con pelos y
señales. Otro grupo de personas, por el contrario, se centra muy
específicamente en sus experiencias pasadas de placer y en sus momentos más
gratos y bellos. Y aún cuando narren la felicidad experimentada y emerja de su
interior una bella gratitud por una infancia feliz o una adolescencia sin
grandes problemas u obstáculos, de todas manera está mostrando también un apego
por su pasado.
Es muy preocupante ver este tipo de comportamiento y más aún, si
la mayoría de las personas caen en su peligroso y polarizante juego. Debe haber
algo patológico en este tipo de postura personal y no se le ha dado la importancia
suficiente, pues daña las relaciones, rompe con la alegría del presente, genera
enfermedad, crea imágenes irreales de la gente y produce estancamiento. ¿Qué
fascinación oculta el pasado para que continuamente lo estemos reviviendo? ¿Qué efectos tiene sobre el presente el
recordar hechos dolorosos o placenteros del pasado? ¿Cómo afecta nuestras
relaciones con otras personas y con Dios? ¿Es un mal necesario o por el
contrario una tendencia a eliminar?
Recordar constantemente el pasado se ha convertido en un
comportamiento compulsivo y automático. La neuro-psicología, nos advierte que
ese comportamiento tiene que ver con el cerebro y la memoria. En nuestro
cerebro hay dos tipos de memoria: una emocional que se encuentra en una
estructura llamada amígdala y otra mental localizada en el tálamo. Los seres humanos tenemos muy poco control
sobre la memoria emocional, pues en la mayoría de las personas el cerebro se
encuentra en automático y ante cualquier estímulo bien sensorial, táctil,
olfativo, auditivo y visual el cerebro abre los archivos que lo conectan con
experiencias sensoriales similares. En la memoria de todos nosotros, están
almacenados los recuerdos del pasado con todos sus detalles y con las emociones
tal como ocurrieron en el momento en que se construyeron esos recuerdos. Por
eso es que podemos recrear los eventos terribles o traumáticos tan fielmente a
cómo los grabados. Nuestro cerebro siempre está analizando y buscando archivos
de referencia, pues una de sus funciones es proteger la vida y su continuidad.
Y el asunto se torna muy peligroso, cuando quedamos a expensas de los archivos
de la memoria emocional que se abren sin control. Si no hay un freno y ciertos
archivos se dejan abiertos, el cerebro recupera todos aquellos que se relaciona
con esos recuerdos y nuevamente quedamos bajo el hechizo de nuestras emociones pasadas.
Cuanta más tristeza experimentemos en el presente, el cerebro trabaja buscando
todos los recuerdos traumáticos, melancólicos y pesimistas y nuestra vida se
torna muy opaca, lúgubre y sombría. Lo mismo acontece cuando nos enfocamos en
la alegría y felicidad. Cuanto más tiempo esté abierto un archivo, más
componentes emocionales saldrán a nuestra superficie y nuevamente llegaremos a
sentirnos quebrados, doblegados, dolidos, atacados y coléricos.
Si se trata de no dejarnos arrastrar por los recuerdos,
entonces podemos pensar que el control del mecanismo a voluntad es suficiente
para acabar con este tipo de comportamiento. Se aconseja sustituir el recuerdo
por otro menos doloroso o traumático y eso es bueno, pero debemos ir más allá.
Otro truco que se aconseja mucho es cambiarle el nombre a la etiqueta de un
recuerdo, especialmente de aquellos relacionados con personas que nos
ofendieron y que cada vez que la recordamos nos producen malestar e
intranquilidad. Pero debemos ver primero los rótulos con los que identificamos
a las personas: Andrea la fea, Guillermo el amargado, Pedro el quisquilloso y
así muchos más. Si nuevamente por asociación o por estimulo sensorial se abre
uno de esos archivos, entonces con la mente podemos etiquetar diferente a esas
personas buscándoles una cualidad o relacionándolas con algo que nos parece
placentero. Guillermo el amargado, podría pasar tal vez, a convertirse en
Guillermo el que come con placer como yo un helado de chocolate. Así le
quitamos connotaciones de apelativos pedantes o agresivos que dimos en momentos
de ira y descontrol. Procuremos entonces llamar a nuestros archivos con nombres
más respetuosos o jocosos. Así ya más nunca trataremos a los demás de ególatras,
groseros, lujurioso o como los habías llamado. El cerebro hará cualquier cosa
que le pidamos: nos condenará a seguir siendo reactivos o nos permitirá ser
felices, optimistas y amorosos. Todos esos movimientos tratan de evitar que el
cerebro siga en automático pues estaremos imponiéndole nuestra voluntad.
Sin embargo, el asunto es más complejo de lo que parece y no
puede limitarse a un simple trabajo con el cerebro. Debemos auscultar más
profundamente en nuestro interior o si no, solo estaremos haciendo represión y
la memoria emocional seguirá reinando suprema, condicionando nuestra
reactividad y sosteniendo el sufrimiento. Ya vimos que una causa que nos lleva
a revivir constantemente el pasado es la reactividad, que se pone de manifiesto
cuando la memoria emocional sobrepasa a la memoria racional que es aquella que maneja
nuestra capacidad reflexiva y nos da la posibilidad de auto observarnos. Una
persona muy herida puede ser aquella más apegada a su pasado. Si siendo niño,
no recibió apoyo, amor y la protección adecuada de sus padres, posiblemente
desarrollo una personalidad pendiente solo de la defensa y protección del entorno.
Bajo esta condición todo aquel que osó ofenderlo, maltratarlo o dañarlo en su
integridad, le dejará una huella profunda y difícil de borrar. Y también toda
experiencia de dolor pasará en engrosar su historial de miedo e inseguridad.
Constantemente sí escuchamos a muchas personas que se han peleado con el mundo
entero y andan mostrando una faceta defensiva a toda hora. Por eso debemos
irnos con cuidado, ser respetuosos y prudentes en la manifestación de palabras
o imposiciones que no valen la pena ni siquiera considerar. Quizás por nuestra
imprudencia quedemos rotulados como malos y entrometidos en la memoria de este
tipo de personas. Si eres tú quien sufre esta dolencia de apego y reactividad
continúa, examínate, analízate y reflexiona sobre tus posturas emotivas. O si
tenemos familiares o conocidos así, podemos darle una ayudadita extra emitiendo
cualidades y talentos de aquellos por los que siempre reniega. Algo se moverá
en su interior y captara la inconformidad y la rudeza.
La recurrencia contante al pasado puede esconder una intención
de atraer siempre la atención de los demás, cuando existe una baja auto estima
y la persona no alcanzó el éxito que esperaba o la admiración por sus logros e
inteligencia. En consecuencia se recrea continuamente en su pasado y exhibe
frecuentemente su genialidad por haber sabido defenderse en el ataque o por
haber doblegado a quien oso atacarlo. Muchos también desean ser tomados en
consideración por haber vivido un pasado lleno de dolor y sufrimiento y desean
recibir mucha compasión. En otros se ve un ego que se resintió ante el ataque o
la ignominia. El ego, siendo éste el que se identifica con deseos egocéntricos,
pensamientos separatistas o hábitos disolutos, no soporta imposiciones,
críticas, alteraciones a sus planes, ni mucho menos apreciaciones ajenas sobre
su comportamiento errado y que a veces salta a simple vista. Si nuestro ego tiene
mucha fuerza, entonces toda experiencia traumática y dolorosa o todo supuesto
ataque de los demás es una afrenta muy difícil de borrar y puede que se recree
constantemente porque simplemente no se asimiló ni se aceptó jamás. Es bueno
examinarnos cada vez que un recuerdo de este tipo salte a nuestra memoria y
tratar de analizar la situación desde la mente racional para descubrir quién
fue el que se sintió tan herido y porqué. Así se irá percibiendo la realidad de
los hechos al tiempo que nos iremos liberando de lo estrictamente emotivo, que
en resumidas cuentas, es lo que origina el dolor y el apego. Quizás ayude
pensar también en la persona que nos hirió y preguntarnos que la motivó a eso y
si fue intencional. Sin lugar a dudas, ya de entrada estamos quitándole fuerza
al recurso y posiblemente, lleguemos a concluir que no fue tan grave como
suponíamos y que el otro no lo planeó de antemano sólo para dañarnos y
herirnos.
Puede que alguien siempre se esté justificando en su situación
actual cuando presupone que es así por ataques continuos recibidos del entorno.
Postura difícil y peligrosa porque indica un gran vacío espiritual y una
incapacidad de aceptar los hechos presentes. Nada debe justificar nuestro
comportamiento egoísta y la defensa agresiva que exhibimos contra el mundo. Esa
no es nuestra naturaleza espiritual y ese tipo de apego sólo indica adhesión a
una personalidad egoísta. Un hecho del pasado pudo impresionar profundamente la
memoria y fortalecerse, porque interfirió con algún propósito egoísta o
anteriormente idealizado o soñado. Llegó alguien o algo y obstaculizo el
empeño, bajo las expectativas o detecto una falencia. Insoportable para el ego
que no entiende cómo eso pudo suceder. Si estamos vibrando con esta idea
entonces debemos examinar esa situación, no culpar a los demás y agradecer a
Dios porque tal vez nos protegió contra algo nefasto e irrealizable. Puede que
también hayamos idealizado amistades, empatías y propósitos comunes y una
persona en la cual confiábamos para eso, no los compartió, no le interesó y
mostró indiferencia. Y esa postura sincera fue tomada como una vil traición o
una deslealtad hacia nuestros proyectos personales que nunca se debe perdonar. Debemos
buscar solo el apoyo de nuestras fuerzas internas y si no las percibimos pues
dediquemos a buscar la manera de manifestarlas. No podemos seguir yendo por el
mundo esperando que otros nos abran el camino del éxito o acojan siempre
nuestras metas. Sólo de nosotros depende nuestra seguridad y dicha. Y solo
nosotros nos condenamos a un pasado turbulento y lleno de angustia y ansiedad.
A veces creemos que el camino de la gloria y la felicidad está libre de
obstáculos y en consecuencia nos sentimos mal cuando alguien rompe esa creencia
y nos precipita hacia la realidad al ofendernos, al hablar de nuestros
defectos, al criticar nuestros planes y eso le duele mucho al ego y éste lo
guarda como una gran herida en su memoria emocional.
Hemos de comprender que el pasado no se puede alterar, lo
único que podemos cambiar es el efecto que ha producido en cada uno de
nosotros. Si no lo hacemos, si no rompemos con esa fea costumbre, entonces no
podremos disfrutar de los momentos actuales, ni de las oportunidades que nos
brinda el presente. Estas bellas palabras de Burhanuddin Herrmann en su libro
”El Camello sobre el tejado” ilustran ideas maravillosos para comprender el
mecanismo y el peligro del tema tratado:
“El curso de los días te
impide apresar el instante presente, el único momento en el que la vida puede
ser vivida. Vives con plenitud tu historia personal, las situaciones de tu
vida, pero no la vida. Tus pensamientos se dirigen siempre hacia el pasado, sobre
todo si es doloroso. Así llenas tu jornada. Sólo cuando dejes de añorar tu
pasado, de quejarte, podrás disfrutar de cada instante de la vida. Comprender y
aceptar la verdad de este mecanismo es la forma de salir de él. (). Mantener el
pasado junto a ti te reconforta porque el presente, el “aquí y ahora”, es un
espacio abierto e infinitamente vasto, es un mundo libre, peligroso, que te
asusta. Pero ese vasto espacio es tu verdadera naturaleza. ().Tu vida está aquí
y ahora. Tu felicidad está aquí y ahora. Tu ego no puede vivir en el presente
porque para hacerlo se mueve continuamente al pasado y revive los sufrimientos,
que pertenecen al pasado. Libérate del pasado y sal de tu prisión. Sólo el
presente está siempre en paz, vive en el amor, en la potencia, en la felicidad.
El contacto con la felicidad se establece aquí y ahora, ya que Dios está
únicamente en el presente.
Si el apego al pasado sigue imperando en nuestras vidas nos
sentiremos totalmente divididos: unas veces en la personalidad de los años
70´s, otras en la de los 80´s y otras en…, eso lo puedes responder sólo tú.
Algo maravilloso puede ocurrir con las personas que tenemos encerradas en la
memoria si trabajamos el desapego al pasado. Cuando constantemente repetimos y
rescatamos los recuerdos donde etiquetamos a las personas con apelativos
ofensivos o agresivos lo paralizamos en el tiempo y en el espacio. Los tenemos
aprisionados y eso es lesivo tanto para ellos como para nosotros, porque
obstaculiza la ley del desarrollo y del avance personal, siendo el nuestro él
más cristalizado. Liberemos a la gente que creemos que nos hizo daño; sería
maravilloso soltarnos a un nuevo renacer. Hagamos el ejercicio de buscar
primero a cuantas personas tenemos prisioneras y si constantemente estamos
abriendo sus recuerdos de nuestros encuentros dolorosos con ellas, examinemos
esto con mayor prudencia. Liberémoslas y visualicemos que ellas salen a
espacios abiertos e iluminados, porque en verdad, las tenemos atadas con
cadenas y encerradas en lugares lúgubres y oscuros. Y si es necesario
entablemos una comunicación con ellos y pidámosles perdón, porque son ellas a
los que nosotros les hemos coartado su libertad. No saben lo maravilloso que
resulta esto para nosotros. Por eso recordar el pasado daña nuestras relaciones,
porque estamos asociando comportamientos presentes con recuerdos. Y si
alimentamos las emociones reviviéndolas continuamente, sencillamente afianzamos
fuerzas contrarias a la salud y al bienestar del cuerpo físico.
Dejemos de ser reactivos y miremos que tanta fuerza tiene
nuestro ego y cómo es que se hiere fácilmente; cuidemos de que nunca más le
demos la oportunidad de guardar sus peligrosas heridas. No cesemos de
observarnos y busquemos ser conscientes de ese comportamiento; encontremos las
emociones asociadas a los recuerdos y aceptémoslas. El hecho de hacerlo nos
abre a la posibilidad de transformarnos y así podremos volver a experimentar la
fuerza de la vida y su ley del desarrollo. No nos convirtamos en estaturas de
cal, como la esposa de Lot el profeta, que quedó petrificada por mirar atrás…
por volver la vista a su pasado!. Vivamos el presente y el ahora, no evitemos
ser felices. Cada mañana levantémonos agradeciendo a Dios por el hermoso día
que nos regala nuevamente y por la posibilidad de disfrutar de su creación. Y
si nos queda grande perdonar a otro y ponerle el “suprimir” a sus archivos,
entonces entreguémosle esto a Dios, El sabrá ayudarnos, porque es más sabio que
nosotros. Finalicemos este escrito con esta hermosa poesía sufí referente al
tema analizado:
Tan
rápidos como el agua del río
o el
viento del desierto, nuestros días huyen.
Dos días,
sin embargo, me dejan indiferente:
el que
partió ayer y el que llegará mañana.
A
aquellos que en el hoy aguardan su ventura,
y a los
que en el mañana fijaron su esperanza,
un muecín
les grita desde la torre oscura:
-«¡Locos!
ni aquí, ni allí, vuestra paga es segura!»
En
sueños, otra voz, que me repite, advierte:
-«La flor
abrirá al beso de la nueva mañana»;
mas un
rumor que pasa, me dice, ya despierto:
-«La flor
que ayer abrió, dio su aroma y ha muerto».
No hay comentarios:
Publicar un comentario